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“Pichí” un pequeño pajarito

Pichí nació un día de la primavera del 70, después de salir del cascarón y en un descuido de su mamá tordo, el pequeño pajarito cayó al suelo desde lo alto de un elevado pino mediterráneo.
Yo me lo encontré en mi camino, tenía un ojo reventado y casi no podía piar, sin plumas que le protegieran, estaba frío e inerte ¡pero no estaba muerto... todavía!.


Para mi, aquel día había sido excepcional, hacía tanto tiempo que no salía un domingo a pasear con mis padres... y mucho menos fuera de Barcelona. Además, anhelaba el contacto con la naturaleza, tenía ya 8 años y todavía no había podido acompañar a ninguno de mis compañeros del colegio en las excursiones campestres que se realizaban... siempre había una excusa para no dejarme ir.

Estaba muy emocionada compartiendo con ellos y aprendiendo a buscar espárragos, mi mama había encontrado ya muchos y yo iba con una muestra de esparraguera examinando palmo a palmo el terreno que pisaba... y lo vi. Extraña casualidad...¿o no era casualidad?.

Corrí a enseñárselo a mis padres que con desprecio me dijeron que lo tirara “vas a coger una infección”. Yo les demostré que vivía y que podía hacer algo por él y ellos volvieron a tomarme por una idealista que nunca baja de las nubes.

“Déjalo en el suelo y continua buscando espárragos” me dijeron, pero mi espíritu rebelde hizo que me lo guardara con mucho cariño en el bolsillo de donde no lo saque hasta que hubimos regresado a casa y le había limpiado y curado el ojo, preparado en mi habitación su propio espacio (una cajita de cartón suficientemente profunda rellena de lana y un sobre de algodón) y había cocinado su comidita (pan mojado en leche, estrujado y desmigado).

Empecé a darle de comer ayudada por unas pinzas, le habría el pico con las manos y le introducía con paciencia y cariño el alimento... hasta que se animó. Entonces llamé a mis padres para que vieran como el pajarito me pedía la comida, habría el pico y yo se lo daba.

Vuelta a la decepción, de nuevo palabras pesimistas respecto a su supervivencia, que si “esa comida le va a sentar mal”, que “sin su madre no sobrevivirá”, que “tienen el ojo destrozado y sangra por ahí ¿es que no ves que se va a morir?”. ¡Pero yo estaba decidida a intentarlo!. Les dije que se llamaba Pichí y que nadie impediría que le cuidara.

Pichí creció, se cubrió de plumas y daba sus primeros intentos de vuelo por mi habitación saltando de la cama al armario y del armario al escritorio. Cuando yo estaba en la habitación pasaba de mi hombro a mi cabeza o a mi mano, éramos amigos y yo no lo podía dejar en esa prisión que era mi habitación. La primera vez que le vi volar alrededor de toda la estancia decidí que aquel era el momento de llevarlo a su verdadera casa... pero no me dejaron.

De nuevo esas frases horribles, restrictivas, proteccionistas y posesivas, “si lo sueltas en el campo no sobrevivirá”, “¿no ves que lo has criado como un ave de jaula?”, “no sabrá buscarse alimentos y morirá”.

Yo no entendía nada, primero no lo querían en casa y ahora no querían que se fuera ¿porqué?.
Mi padre le hizo una jaula muy grande en el patio con una vieja cuna y le compraba pienso para que comiera. Por mi parte yo empecé a criar gusanos en una maceta y le daba todo tipo de insectos que encontraba.


Preparé una especie de suelo de barro para la jaula y puse allí la tierra de la maceta con gusanos, hormigas y otros insectos. Le retiré la comida en grano y... Pichí se las apañaba muy bien para “cazar” su comida.

De nuevo, volví a llamar emocionada a mis padres para decirles que Pichí podía ir a su campo y de nuevo mis padres decepcionándome lo negaron “no podrá sobrevivir”, “esto no es suficiente”.
Pasaron las semanas y Pichí estaba cada día más triste, ya no venía revoloteando y piando cuando me acercaba a la jaula, cada vez intentaba volar menos, estaba triste, yo lo sabía y sabía que así no duraría mucho tiempo, era viernes y volví a insistir “mañana lo podríamos llevar a la montaña”... pero no, no lo llevamos y... pasó el fin de semana.


El lunes por la mañana fui a verlo, como hacía todas las mañanas, pero Pichí... estaba muerto. Ya lo habían conseguido, dijeron que no sobreviviría y ahora era una realidad.

EN RECUERDO DE MI QUERIDO PICHÍ

2 comentarios:

Casí conozco a Pichí, casí viví con él también. Sé que hay un Pichí en muchos de nosotros. El entorno en el que muchos hemos crecido estaba lleno de personas bienintencionadas, a veces personas maravillosas.. pero otras muchas muy desconocedoras de como potenciar el ser de todos nosotros.

Y esa ignorancia, puede hacer que se mueran "provisionalmente", muchos talentos y muchos viajes que podriamos haber hecho, por la vida.

Cuando una persona se ha visto vínculada a un entorno que la "aplastado", tiene dos opciones: O creer que es un castigo divino y aceptarlo como predestinación.. o vivirlo como un aprendizaje de como no se puede educar a un niño/a.

Esta persona puede darse cuenta, de que tiene que hacer el trabajo por sí mismo, el que le tocaba a otro. Tiene que encontrar en sí mismo, cuales son sus bellezas. Una vez encontradas (todos venimos con ellas), tiene que decidir si quiere creer que se pueden desarrollar, y hacer el doble esfuerzo de autoestimularse y trabajar por ellas o si quiere creer que está predestinado por ese entorno erróneo y no podrá nunca volar.

¿Alguna vez, de adultos, dejamos de decidir, alguna vez estamos realmente completamente predestinados ?

Como sienten los animales, en el aire las vibraciones, será que los humanos no podemos lograrlo?

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